domingo, 12 de febrero de 2017

Reflexión lúdica en grado de realidad gastronómica


Empezaré en tono siniestro, como la realidad a que me refiero, de manera discrepante y aconfesional, de forma de la justa dimensión de mis convenciones económicas, e informes y contumaces contornos recalcitrantes sobre lo que se puede obtener con una calidad contemplativa sólida, y sórdida me inspira semejante imaginario.

En la primera frase que me viene a la mente al pensar en León Bloy, parece ludíbrica su propuesta al santo cuerpo de la iglesia católica.

Como postulado de una confesión inadvertida pero francamente sin confines claros pero no por eso sin una pretensión clarificante en fin, sobre la naturaleza ortodoxa de lo sacro, lo divino, como pauta para la especulación moral.

En la mengua y la necesidad como una causalidad estaría la ingloria de los banos usos ortodoxos de lo que se ofrece y no lo que se promete. La afrenta entre gusto y cualidad atribuible como único bálsamo del espiritu. Alimento, como si pudiera ser uno de los mejores adjetivos.

En mi gusto pellorativo en aquellos que se han visto mancillados en una moral de algo inopinable como la irrelatividad entre la carne, el pan, el vino y la sangre, cual suerte alimentaria. de lo que parece un bochornoso festín, encontramos el gusto, en el purismo definitorio del sentido; no del más aguzado como un refinamiento del lenguaje en último caso debido a que confesamos que la voluptuosidad del inincrepado es si a caso el justo medio del escribiente. Jamás de algún abogado, no digamos algún hombre en defensa de la "verdad". Sino de la sola capacidad biológica deglutiva, como un auténtico postulado sacro.

En mi opinión detesto sacar conjeturas de semejante propuesta por aquello de las proporcionalidades, y el hastío moral, de que lo realizable es irrepetible como el bien, como el mal.

Sin deaunar un despropósito la reiteración de un rito no como, la imposibilidad material de una mente impráctica y aconfesionada sino por la lógica contumaz de la reiteración de la sacralidad, luego multidisciplinariedad de los medios inconfesos para nombrar a alguien en el silencio, ó para añorar la soledad. Indispongo a mi real saber y entender la compleja relación de creencias religiosas familiares, el tema como algo inopinado, no sin atisbar si la propia y especial naturaleza del sacrosanto dicho hubiera estado fundado en una suspicacia de alguna práctica informe, y de no saber, y no ser así jamás denostar el gusto por el gusto que es un falso entredicho.

No dejo de preguntarme porque habrá de reproducirse semejante festín, donde el cuerpo de un santo no pueda ser alimento de su propio alimento y nada más; y así quizá no haber habido un quebrantamiento moral del que se supiera la imposibilidad de una promesa metafísica como la de la vida eterna, o la de no desearás a la mujer de tu prójimo. De donde desprendo la desdicha de ramos de flores en que he caído indescansadamente al perjurar que semejante personaje en mi concepto histórico, pero no por ello bordeadamente solo innombrable en mi sórdida existencia. De vano serían tanta multidimensionalidad; si en realidad aquella propuesta partida en dos por ser indisolubles, fuera algo tan descarnado como alimentarse. Así llamarían los lobos al tener una nueva presa.

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